UNA PROPOSICIÓN AMOROSA


“Los misioneros, en virtud de la presencia del Espíritu en las culturas de los hombres,
cosecharán siempre donde no sembraron y de esto nunca pueden olvidarse,
bajo pena de transformar la misión en imposición en vez de proposición amorosa,
bajo pena de truncar o encubrir las culturas y no reconocerlas en su alteridad e identidad específica.

Pero el misionero también sentirá el deber de anunciar el evangelio a tiempo y contratiempo:

-Ay de mi si no anuncio el evangelio-, dirá San Pablo.”

Baur John, 2000 años de cristianismo en África, Paulinas


¿Cómo se vive la fe en mi Misión?




La fe en la Misión de Mozambique se vive de muchas maneras, a la mía y a la de aquellos con los que comparto este andar. Pero ¿qué es la fe? Es creer en algo. Todos creemos en algo, de lo contrario, cuál sería el sentido de nuestra vida. ¿En qué o en quién creo? Creo en Dios, en el que está con cada
persona, aunque algunos lo dejan ver más que otros, Él está con todos y nos guía
.
Todos los días sucede algo en la Misión que me confirma la alegría de vivir, como los días lluviosos, los de calor seco y fuerte, o los días airosos; los rojos o anaranjados atardeceres, las noches bajo el cielo oscuro y estrellado; la sonrisa de una niña, una lágrima producida por una herida, una confesión personal, o conocer
mejor a las personas con las que vivo.

Aquí trabajamos un grupo de Misioneras Laicas Asociadas (m l a) con muchas cosas en común, por ejemplo, el compartir nuestro tiempo con unas adolescentes. Alma Marisa Varela P. y Rosa Carmen Salgado Z.coordinan la escuela; mientras que María Dolores Martínez M., Paula Salazar G. y yo (Norma Angélica López M.) hacemos lo propio con el internado. Paula estudia chimanica, se prepara en cuerpo y alma para integrarse de lleno al internado. Las demás turnamos los días de matutino, ya que a veces es cansado.

Ahora les contaré cómo es un día en la Misión: Nos levantamos a las 4:45 de la mañana para despejar el sueño y alistarnos, después platicamos unos momentos con Dios, a quien le pedimos que conceda su gracia a sus hijas, y comenzamos nuestra jornada. Con base en la experiencia sé que por la mañana nos conviene trabajar como soldados para hacer bien el aseo, desayunar y llegar puntuales a la escuela. Por la tarde nos toca actuar como mamás para recordarles que hagan su tarea, que ayuden en la huerta y participen en los talleres; también las escuchamos, las motivamos a rezar, que atiendan su salud y a conocerse mejor. Cuando llega la noche, verificamos que todo esté en orden, cerramos las puertas, agradecemos a Dios por el día transcurrido, y apagamos las lámparas.

Y ¿qué hay del desorden? En esa parte del día es cuando sacamos más fuerzas espirituales, físicas y morales. Las niñas que cuidamos son muy bonitas y divertidas, pero no dejan de ser adolescentes, como
dice Lolita: “con ellas pago aquello que fui con mi madre”. Sin embargo, todos los días aprendemos algo de ellas, como rezar con fuerza, servir mejor a Dios, ser mejores personas, perdonar y amar… que son algunos valores que a veces olvidamos, pero son una parte importante de nuestra vida.

Debo confesar que el primer año fue duro por mi poca experiencia de trabajo con adolescentes, y tal vez influyeron mi flaqueza espiritual y la jerarquía, de la que se valen mucho por aquí, pues era difícil que me
prestaran atención. Al ser la más joven tuve que “luchar” para ganarme el derecho de ser una “mana”1

Durante la “lucha” cometí muchos errores, que con la gracia de Dios espero no volver a cometer; estas equivocaciones las reparé con la ayuda de los experimentados y comprendí que la jerarquía no se trata de que “el más importante entre ustedes debe comportarse como si fuera el último y el que manda como si fuera el que sirve” (cfr. Lc 22, 26).

Recuerdo que muchas veces vi a Lotita correr de un lado a otro, buscando y comparando precios para comprar los productos de la despensa y algunas cosillas que hicieran ver a las chicas más femeninas, más coquetas. Y sé que ellas reconocen nuestro esfuerzo, nos dan un lugar, nos respetan y nos aprecian. Ahora que estoy a cargo siento el cansancio de andar, como se dice, “de arriba abajo” buscando productos, sin embargo me detengo a pensar en ellas, e intento conducirlas por el camino de Cristo.

Soy muy feliz cuando veo que transmiten alguna de nuestras enseñanzas, creo que son logros pequeños, pero me motivan para seguir adelante, incluso con cansancio. Al respecto, El P. Joaquín Torís A.,  m g, dice
que: “Caridad y sabiduría son la fórmula para ser y hacer feliz”, yo agregaría: “paciencia con uno mismo y con los demás son la fórmula para ser y hacer feliz”.

Espero que el sueño que tenemos de verlas convertidas en mujeres libres y preparadas para la vida, para educar y transformar, no se pierda por limitaciones personales o por las propias de la cultura, y que poco a poco, con el esfuerzo de todos y con la gracia de Dios se consiga.

Norma A. López M., m l a

1 “Mano”, “mana”, le dicen al hermano mayor que es responsable de los más pequeños y para quienes representa una autoridad

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